Te sientas en tu sitio de siempre, tienes a tu izquierda y a tu derecha a los mismos compañeros. El entrenador da el equipo, este es el momento en el que tengas 18 ó 34 años tienes el mismo gusanillo de siempre en el cuerpo. Es cierto que hay ocasiones en las que atisbas que vas a jugar de titular y otras en las que sabes que no te va a tocar de principio, pero el gusanillo siempre está ahí. Estás en el equipo.
Desde ese preciso instante, la cosa cambia. Una concentración extra se adueña de tu cuerpo. Ya empiezas a pensar movimientos, a imaginar jugadas, a pensar en ese jugador del equipo contrario del que has oído hablar y que tienes que superar en todos los aspectos del juego. Mientras tanto llega el ritual de siempre, algo que siempre haces en cada partido y con una meticulosidad que asombraría a cualquiera.
Te desvistes, primero te pones los pantalones y la camiseta de calentamiento, vas al baño por primera vez, vuelves, ahora las medias, siempre primero la derecha, luego las botas por el mismo orden. Después no sabes por qué motivo no te pones las espinilleras para el calentamiento, eso queda para el último momento, al igual que la camiseta de juego.
Una vez vestido, llega la pequeña charla del entrenador; estrategia de corners en ataque y defensa, faltas, penalties, últimos detalles que pulir…
Sin darte cuenta ya estás calentando, previa meadíta, segunda que haces.
Finaliza el calentamiento, éste te ha ayudado a meterte de lleno en el partido. Ya sólo faltan los besos y abrazos con cada uno de los jugadores y el grito de guerra, ...y la última meada, claro.
Sales del vestuario, el linier te mira los tacos, las espinilleras, y si llevas cadenas o algo extraño. Estás preparado, el partido va a comenzar. Hasta ahí todo previsible.
El partido puede irse por muchos derroteros diferentes, lo que es indudable es que el objetivo es meter gol. Es una sensación única, una alegría indescriptible, no sabes bien como expresar en ese momento la felicidad que sientes; saltas, todos te abrazan, te besan, eres el mejor.
Finaliza el partido, vas a la ducha y debajo de ella piensas en la ocasión que fallaste, en el despeje que no hiciste, en la parada que salvó al equipo.
Por último, cuando te tumbas en la cama antes de dormir, rememoras jugadas del partido, es en ese instante cuando el partido finaliza de verdad.
¿Quién sabría decirme si esta concatenación de sucesos reflejan las vivencias de un jugador en una final de Champions, o las de un jugador de 2ª Regional?
¿Qué diferencia hay entre el sentimiento de antes, durante y después del partido, de Cristiano Ronaldo o el de un chico de barrio que va a jugar su partido de liga?
Lo maravilloso del fútbol es el sentimiento con el que cada jugador vive en primera persona todas estas experiencias.
¿Jugadores de Regional, que entrenan después de trabajar, que hipotecan sus fines de semana por un partido de 90 minutos tienen menos mérito que el que vive, y muy bien por cierto, de jugar al balón?
La única diferencia que encuentro en este mundo interno que he comparado son las aptitudes de unos y otros para este deporte, así como la fuerza mental para superar ciertos inconvenientes externos: la presión mediática, la presión de la hinchada en un campo lleno…
Aún así, ¡qué bonito es vivir el fútbol con intensidad! ...
Escrito por: Pablo Ortega